… y hasta pronto. Tú siempre estarás entre nosotros.
Es difícil afrontar la confección de este artículo. Al menos lo es para mí. Es por ello que he comenzado realizando un retrato del maestro. Los rotuladores me han dado tiempo para reflexionar.
Es el momento de desvelar un secreto guardado desde hace mucho, muchísimo tiempo: soy de los que piensa que Pascual González debió de declamar su pregón, nuestro pregón, el Pregón de la Semana Santa de Sevilla. Y en el fondo lo hizo.
Cada una de sus estrofas, cada uno de los movimientos de las piezas musicales que compuso era un trocito de ese pregón que nunca pronunció sobre el estrado oficial pero, en cambio, todos lo reconocemos como uno de los pregoneros de Sevilla y ese, precisamente ese pregón, nadie lo puede borrar.
No lo conocí en persona. Qué torpeza. Nuestros caminos han estado a punto de converger en numerosas ocasiones y, sin embargo, las letras del devenir de los hechos aún deben ser escritas. Era la petición que le quería hacer a nuestro amigo común Jesús Méndez Lastrucci. Soy torpe, las tareas… No me lo puedo perdonar. Y ahora se ha hecho de noche…
He pronunciado un número no despreciable de pregones y en mi osadía pensé que si algún día era llamado a pronunciar uno de los importantes, me limitaría a coser versos de Pascual. Un merecido homenaje de alguien que no es nada, tan solo un aprendiz.
Es en estos instantes cuando se me vienen a la memoria sus estrofas y no me siento capaz de reproducirlas. Es por ello que plasmaré las primeras que acudan a mi mente y todos me perdonarán, porque nunca llegaré a ser Pascual González.
Marcha al Cielo con paso firme, Pascual.
No te llames tanto. Todos por igual
en la chicotá infinita que le dedicaste al Baratillo
cuando yo solo era un chiquillo
que enlazaba versos siguiendo tu ejemplo.
Ahora que te llevo dentro, préstame a tus musas,
las mismas que se aparecen en la noche
y te susurran al oído, sin reproches
las directrices de ese pregón infinito
que encandela y enamora.
O ven tú en cuerpo y alma: te necesito
y desconozco la dirección en la que ahora moras.
La calzá ha quedado hoy rendida
y se ha llevado llorando un rato.
Llora por tu ausencia, por la herida
que sangra por anhelo y la pena.
Ni siquiera Pilatos
puede presentar a Sevilla a Jesús.
Quiere cederte los honores, que seas tú
quien con tu voz perdones al pueblo
con el mensaje de que algo nuevo
va a suceder…
Pascual, vuelve con nosotros,
no te queremos perder.
Y si es inevitable tu visita
al trono del mismo Dios
dile con tu voz quebrada
que en Sevilla el Martes Santo
una Virgen encarnada
quiere darte un abrazo y se encontrará con la nada.
Por ello, pídele un favor postrero:
que te acompañe a este paño de lágrimas
y te deje entonar una saeta,
la última, la definitiva
para que las ánimas,
se recojan en el escalofrío
para que con tu partida no se aflijan
los que aquí te quisieron.
Pídele ese favor, Pascual, cantor
nos lo debes a todos.
A cambio, uniremos nuestras manos
y como lo que somos, hermanos
entonaremos en nuestra voz al unísono
la última palabra que te debemos: Adiós.